Nº 89
La sociedad intercultural
Abril 2002
Página 50-52
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El ataque terrorista que destruyó las Torres Gemelas y causó importantes daños en el Pentágono fue un acto que no tiene justificación alguna y ante el que había que responder. Pero, aunque la tragedia fue de gran magnitud, los Estados Unidos no pueden enfrascarse en una guerra de castigo unilateral contra los países que componen lo que Bush llama el "eje del mal", desvirtuando la actuación internacional contra los movimientos terroristas y convirtiéndola en una guerra abierta de devastación de territorios y poblaciones civiles.
Para ordenar un poco las múltiples interpretaciones posibles que suscitan los acontecimientos del año pasado, he intentado hilvanar mis propias reflexiones por categorías. La situación es extremadamente compleja y las que he identificado llegan a una docena.
1. La destrucción de las Torres Gemelas fue un acto infame cobarde y absolutamente inesperado que no cabe justificar en forma alguna. Los norteamericanos tenemos derecho a sentimos furiosos y a despreciar tanto a quienes la perpetraron como a quienes se han regodeado con ella. Fue una cosa tan bárbara y repugnante que siempre apago la televisión cada vez que reproduce las escenas del 11 de setiembre. También llego a mis límites emocionales, por lo menos hasta ahora, como para pasar tiempo contemplando el nivel cero en Nueva York.
2. El que George W Bush se pavoneara como lo hizo durante la campana electoral desagradó a muchos norteamericanos y yo no he olvidado ese sentimiento. Pero debo reconocer que su perfil de vaquero de cartón ‑ con su promesa simplista de que ya lo pagarían caro esos hijos de p... ‑ dio en la diana del sentimiento popular y consiguió elevar el sentido de solidaridad y la firmeza de propósito de la mayor parte de los ciudadanos. Eso es un logro muy importante que no es posible menospreciar.
3. La carnicería y los daños ocasionados por los terroristas fueron muy superiores a lo que habían creído posible, como el propio Osama Bin Laden reconoció en uno de sus videos. La enormidad de lo ocurrido, sin embargo, violó la lógica de la acción terrorista. Incitó a las víctimas a vengarse lo más duramente posible y sentó un record horrible para los futuros mártires de la causa. ¿Qué podra hacer un terrorista que le garantice un mejor sitio en el Valhalla que el que corresponde a los sombríos protagonistas del 11 de setiembre? ¿Cabe, por ventura, pensar que los terroristas de Al Qaeda y sus simpatizantes se abstendrán de nuevas acciones hasta que no superen la marca que sus predecesores han alcanzado?. No lo sé, pero me sorprendería mucho.
4. Hay que tener cuidado con el uso del vocablo "guerra". Es verdad que los terroristas han causado estragos en estas tierras. En el continente norteamericano no hemos sufrido nunca una carnicería de tal magnitud desde los tiempos, ya lejanos, de la guerra civil. Pero eso no significa que estemos en guerra como lo estuvimos durante los años cuarenta. Se nos ha lanzado un desafío, estamos enfadados, terriblemente heridos, incluso nos sentimos humillados, pero no necesitamos movilizar todas nuestras energías en un esfuerzo supremo para defender nuestra libertad y nuestra democracia. A pesar de toda la retórica patriotera, no hay riesgo alguno de que los terroristas nos dobleguen como, por ejemplo, Hitler doblegó a Francia durante el segundo conflicto mundial. Lo que hemos hecho no ha sido otra cosa que montar una operación de castigo (si bien la más devastadora de la historia) contra los talibanes y Al Qaeda un poco como los británicos montaron otras operaciones de castigo contra el Mahdi y sus fanáticos seguidores fundamentalistas en el Sudán en el siglo XIX. Cuando los políticos se lanzan a hablar de la guerra contra el terrorismo, con frecuencia utilizan dicho término de manera metafórica, con la misma acepción que le dan cuando se refieren a la guerra contra las drogas o contra la criminalidad.
5. Pero sí ha habido guerra y devastación en Afganistán. Han muerto muchos más afganos durante los meses a finales del año pasado que los compatriotas que, desgraciadamente, perdimos nosotros el 11 de setiembre. Sin duda, muchas de las víctimas afganas eran terroristas o instigadores del terrorismo y se merecían la suerte que han tenido. Ahora bien, a pesar de todos los suaves desmentidos del Pentágono, muchas otras eran civiles inocentes. Un gran número, quizá la mayoría, de los muertos han sido jóvenes ignorantes, a quienes se les había lavado el cerebro y que seguían las malévolas instrucciones de sus jefes. De aceptar, como es mi caso, la necesidad de represalias, no cabe censurar a nuestras fuerzas armadas por haber matado afganos. La responsabilidad de esas muertes corresponde a los líderes talibanes, ignorantes y tercos, que se negaron a entregar a Osama Bin Laden. Sin embargo, y aunque no tengamos culpa, me hubiera gustado que nuestros dirigentes hubieran reconocido que hemos causado, al fin y al cabo, numerosas víctimas inocentes en Afganistán y que lo hubieran lamentado públicamente.
6. La expedición de castigo ha tenido éxito en varios aspectos. Ha destruído al régimen talibán por haber dado refugio a los terroristas. Ha destruído la operación terrorista en Afganistán mismo. Ha enviado una señal al resto del mundo de que los Estados Unidos no serán tolerantes con quienes alberguen a terroristas que tengan la intención de hacernos daño. El gran fracaso lo ha constituído la fuga, al menos hasta ahora, de Osama Bin Laden y del mulá Omar. Pero ésto sólo es un fracaso debido a las jactancias machistas de nuestro presidente. Es inconcebible que el mulá pueda volver a dirigir Afganistán o que se permita a cualquier otro Gobierno que tolere la actividad de Osama Bin Laden. Ambos pasarán el resto de su vida como fugitivos, amedrantados, un poco como Eichmann en Argentina o Barbie en Bolivia, y al igual que ocurrió con estos asesinos les perseguiremos hasta el fin.
7. El auténtico fracaso se ha producido en nuestra propia casa. Hay países como el Reino Unido e Israel que viven día a día con el terrorismo y que saben muy bien que hay que aplicar medidas de seguridad estrictas. Ya el Día Uno, el presidente Bush, comandante en jefe de las fuerzas armadas, hubiera debido tomar medidas inmediatas para que la seguridad de los aeropuertos se convirtiese en una responsabilidad pública, intensificar el control de pasajeros y equipajes y ordenar que en los vuelos hubiera agentes de seguridad. Sin embargo, mientras el presidente revoloteaba de un lado a otro en aquella fecha fatídica, su ministro de transportes se limitó a prohibir el chequeo de los equipajes fuera de los terminales, una medida bastante necia. Ha sido el desprecio ideológico de los republicanos por la cosa pública y en favor de los controles privados lo que ha demorado la actuacion de las autoridades y acrecentado el temor de los ciudadanos a viajar en avión. La forma en que el Gobierno lidió con el tema del carbunco un poco más tarde hundio aún más la confianza. Las imprecisas llamadas de alerta de John Ashcroft y de Tom Ridge respecto a amenazas terroristas no menos imprecisas no parece que fueran otra cosa que unos paupérrimos intentos de cubrirse, por si las moscas. Si se hubiese producido un nuevo atentado terrorista, siempre hubieran podido afirmar: "ya lo advertimos".
8. Lo que Ashcroft y compañía han hecho interpretando la Constitución, en aras de la causa anti‑terrorista, no tiene nombre. El apresuramiento en detener e interrogar a todo tipo de gente de Oriente Medio ha dejado un regusto de mala opereta. Como quiera que nuestros servicios de seguridad no supieron o pudieron impedir el 11 de setiembre, lo único que inmediatamente se les ocurrió fue moverse sin parar de un lado a otro para hacer creer que iban a impedir el próximo atentado. La cosa se ha parecido a las redadas de la policía en la película Casablanca, deteniendo a los sospechosos habituales, pero ha tenido mucha menos gracia.
9. Las invectivas del presidente Bush contra "el eje del mal" en su mensaje al Congreso sobre el estado de la Unión no han sido muy acertadas y constituyen mas bien una sarta de jactancias vaqueras que, en realidad, distorsionan considerablemente la lucha contra el terrorismo. El poseer armas de destrucción masiva no demuestra automáticamente que quien las tenga sea terrorista. Es muy probable que Irak ‑ más que Irán o Corea del Norte ‑ sea el primero de la lista de los inmediatos objetivos norteamericanos, siquiera sea porque ello permitiría al joven Bush sacarse la espina de la humillación que sufrio su padre. Saddam Hussein es un déspota impresentable cuya desaparición redundaría en beneficio de Irak y de todo el Oriente Medio pero eso no constituye justificación alguna para montarle una guerra en estos momentos. Ha llovido mucho desde que salieron a la luz pruebas concluyentes de que Saddam estaba detrás de atentados terroristas. La naturaleza de sus pecados es muy diferente. Saddam ha desafiado a las Naciones Unidas y hecho caso omiso de las resoluciones que prevén la verificación y destrucción por la comunidad internacional de su arsenal nuclear, químico y bacteriológico. De todas maneras hay que decir, para ser justos, que en ningún momento se le ha dado motivo para cumplirlas ya que tanto Bush senior como Clinton prometieron no levantar las sanciones en tanto en cuanto siguiera en el poder. Hay que lidiar con Saddam, y duramente si fuese necesario, pero a través de las Naciones Unidas no unilateralmente.
10. Incluso en el supuesto de que no nos viéramos desviados por una serie de guerras contra "el eje del mal", las actuaciones futuras contra el terrorismo exigirán la adopción de decisiones inteligentes y la cooperación de otros países. ¿Vamos a lidiar, directa o indirectamente, contra los terroristas de toda laya?. ¿0 reconocemos diferencias entre los terroristas? ¿Cabe abrir la veda al terrorismo palestino porque cruza las fronteras? ¿No hay que abrírsela al terrorismo vasco porque no lo hace? ¿Son terroristas los separatistas que recurren a la violencia? ¿Lo son las víctimas de la opresión? ¿Vamos a lanzamos sólo contra los terroristas que nos ataquen?. Si éste es el caso, ¿tendríamos que entrar en Egipto? ¿0 achuchar a la Arabia Saudita?. Facilmente se puede ver que los problemas son complejos y las soluciones difíciles. En cualquier caso, es obvio que necesitaremos el apoyo de otros países cualesquiera que sean las vías que sigamos. Y, sin embargo, incluso después del 11 de setiembre la administración Bush ha permitido que un subsecretario de Estado como John Bolton participe en conferencias internacionales y se ría de nuestros aliados. Bush sigue sin entender que los Estados Unidos necesitan amigos. Es evidente que nuestro Gobierno ‑ con la notable excepción del secretario de Estado Colin Powell- no cree en el multilateralismo. Bush y casi todos sus colegas piensan que primero hay que actuar unilateralmente y luego buscar una coalición que se limite a aprobar nuestras actuaciones. Ahora bien, quizá Bush ni consiga eso si decide ir a la guerra contra Irak, Irán o Corea del Norte. Pero probablemente tampoco le preocupa demasiado.
11. No hay duda de que algo no ha funcionado en nuestros servicios de inteligencia. Llegado el momento, ya se constituirán una o varias comisiones de investigación, por lo menos en el Congreso, para depurar responsabilidades. Como es frecuente, la CIA no saldrá muy bien parada. Imagino que los republicanos tratarán duramente de responsabilizar a Bill Clinton en todo lo que sea posible por no haber tenido éxito en eliminar en el pasado a Al Qaeda y a sus protectores talibanes. Pero también imagino los berridos de esos detractores de Clinton si éste lo hubiera intentado. ¡Pero cómo se le ocurre distraer nuestra atención de sus escapadas sexuales, de Mónica y de otros problemas claves del día!, hubieran sido las constantes de su griterío.
12. La popularidad de Bush ‑ todavía a niveles sorprendentemente elevados a pesar del escándalo Enron, alguna que otra preocupación por las redadas policiales entre los círculos árabes y una cierta sorpresa por el tratamiento de los presos en Guantánamo ‑ le ofrece la ocasión de diseñar todo un programa nacional para unir al país en tomo suyo. El proyecto de presupuesto que ha presentado demuestra que es incapaz de ello. Bush está limitado por su conservadurismo, por sus temores al ala más derechista de la sociedad norteamericana y, no en último término, por su falta de imaginación. Afirmar que queremos a Bin Laden "vivo o muerto" refleja un machismo belicoso y patriotero pero prometer que en el futuro las reducciones de impuestos se harán "sobre mi cadáver" refleja un machismo de vía estrecha. Con independencia de lo catastrófica que pueda ser su rebaja impositiva, Bush ni siquiera está dispuesto a analizar el tema. Su promesa, evidentemente, es un eco de la afirmación que ya un día hizo su padre: "Leed mis labios: no habrá nuevos impuestos". Pero el eco que proyecta el hijo es más sombrío y bastante más estúpido.
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Reflexiones de un norteamericano
sobre lo ocurrido en Afganistán
de Stanley Meisler
Nº 89
La sociedad intercultural
Abril 2002
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